Nota: 10 sobre 10
Ay, Carmela es una reposición del texto de José Sanchis Sinistierra. Una reposición de una obra que se estrenó en 2011 y ya fue un éxito. Un montaje sobrio, sin elementos accesorios, que hace brillar un texto que nos emociona y nos toca el alma.
Savina Figueras es una magnífica Carmela, la cara brillante de la moneda, y Frank Capdet es su opuesto, Paulino, un personaje apocado, miedoso, prudente.
Ay Carmela, una obra sobre la España franquista
El argumento es de sobras conocido. Paulino y Carmela, varietés a lo fino, cruzan la frontera que divide la España republicana de la España fascista, sin darse cuenta, en una noche de niebla espesa. De repente, están en Belchite, el último pueblo confiscado por las tropas fascistas.
Después de un exhaustivo interrogatorio, les piden que hagan una representación ante los soldados. Una representación que tendrá unos espectadores de excepción: unos soldados de las Brigadas Internacionales, capturados, que verán el espectáculo en su última noche antes de ser fusilados al amanecer.
Paulino y Carmela, los protagonistas de la obra
La obra se mueve entre el presente de Paulino y el día de la función, ya lejano, en el que también interviene Carmela. El presente es borroso y triste, el pasado es nítido y brillante.
Carmela, vivaz, contundente, “echá p’alante”, sin pelos en la lengua… una mujer que cree que hablando, se entiende la gente… una mujer que cree en la bondad de las personas. A su lado, Paulino, temeroso de todo, excesivamente prudente, pusilánime, tal vez con una visión más real del mundo en el que han ido a parar los dos, después de cruzar la niebla… un hombre que, por su vida, hará lo que sea. La dignidad es desechable si nos lleva a la muerta.
Dos comediantes de la lengua, que viven de llevar su arte de pueblo en pueblo, sin grandes expectativas, pero que quieren dar lo mejor de si mismos en cada actuación, porque el público es sagrado y se merece lo mejor.
Una obra de teatro muy clara y directa
En esta obra todo es claro y explícito. El autor nos está diciendo desde un principio lo que va a pasar. Nos lo repite una y otra vez… es el público el que debe prestar atención… o atar cabos al final de la obra para darse cuenta de que todo estaba anunciado de antemano.
Un montaje austero, que sucede en un mundo que se mueve entre lo real y lo irreal. El ritmo es vibrante, no hay pausas innecesarias, ni acciones superfluas. El escenario desnudo es todo lo que hace falta para contarnos esta historia. Los otros personajes de la obra, son solo menciones al aire, personajes mudos de los que no oímos nunca la voz, pero que sabemos lo que responden gracias al diálogo que tienen Carmela y Paulino con ellos. Y gracias a Paulino y a Carmela, es como si estuvieran allí mismo.
El vestuario es un acierto: el vestido de faralaes “hecho con unas cortinas”, que se cae a pedazos, los pantalones remendados de Paulino, la camisa azul, el traje verde… verde esperanza… sobre una iluminación verde que da a los actores un tono aceitunado en la piel. El peinado y el maquillaje acaban de componer a Carmela y a Paulino en la parte más visual. Después, Frank Capdet y Sabina Figueras crean cada personaje con el gesto, la compostura y, sobre todo, el acento.
Un homenaje a los comediantes y a la dignidad
Ay, Carmela nos habla de una época muy negra de nuestro país. En el escenario vemos que el miedo lo va impregnando todo, como Paulino aprende a callar, a no decir según que cosas, a morderse la lengua y como intenta que Carmela siga su ejemplo. La niebla que les lleva a Belchite, es una niebla que cubrirá todo el país durante casi 40 años y lo difuminará todo…
Ay, Carmela también nos habla de la bondad de la gente, de aquella bondad que llevamos dentro. Una bondad en la que Carmela cree firmemente.
Ay, Carmela también nos muestra que, para un artista, la dignidad del artista está por encima de todo. Un artista es un artista y se debe a su público. Siempre. Carmela lo tiene claro. Y también nos muestra que querer estar vivo es una opción más que loable, cuando todo a nuestro alrededor se derrumba. Paulino lo tiene claro. “Los muertos no besan”.