Por Alba Tabuenca
Un concierto en Barcelona que rindió homenaje al inolvidable maestro del son cubano: Compay Segundo
La ciudad estaba perfecta. Lloviznaba, raro en este año. La gente andaba más rápido de lo normal. Por la calle unos cuantos despistados sin paraguas y otros entrábamos como poseídos en la Sala Barts. El Grupo de Compay Segundo estaba a punto de comenzar su espectáculo.
Al entrar a la Sala Barts te encontrabas con la primera sorpresa, no muy inesperada pero si deseosa de equivocación: butacas en toda la sala. ¡Música cubana en butaca! No se podía entender tal situación. El público sentando y expectante a que los músicos pusieran los pies en el escenario. Y sí, entraron y a lo grande.
El grupo de Compay Segundo con sus nueve componentes nos dio la bienvenida a lo que iba a ser un viaje a la alegría, a las ganas de vivir, al pasado, a Cuba. Un viaje que comenzó pasados pocos minutos de las nueve de la noche y terminó casi dos horas después.
Y este concierto en Barcelona empezó. El público, tímido, iba moviendo sus troncos al ritmo de la música. Los músicos enseguida se dieron cuenta de la situación e hicieron todo lo posible para que la gente bailara sentada. A la mano izquierda de la sala se situaba la única barra de bar, la que pronto se convirtió en la antesala de lo que fue una pista de baile. La música cubana se baila. La música de El Grupo de Compay Segundo se baila y mucho. Bailarla era homenajear a los músicos, a Compay, a la vida. Y ellos lo agradecían.
Tocaron tantos temas conocidos por todos que el tarareo, la alegría, la emoción hacían vibrar la sala. Poco a poco la gente iba levantándose de sus asientos y viviendo lo que allí estaba sucediendo. Explosión de buena música y felicidad. “Guatanamera”, “Dos Gardenias” y un repertorio estupendo que cerró con “Chan Chan”. Espectacular. El público satisfecho pedía más y más.
El concierto musicalmente fue una gozada. Compenetración, profesionalidad, espacios, ritmo… Además de la conexión casi inmediata con el público. La iluminación también jugó un papel muy importante ya que iba integrando al público dentro del escenario. Cuánta más luz, más cerca estábamos todos de todos. Se consiguió una atmósfera muy cálida.
La exquisitez del son cubano llenó de alegría a toda la Sala Barts.