Nota: 8 sobre 10
Cuando Salieri murió, se encontró con Mozart en el limbo. Mozart y Salieri se sientan, frente a frente. Tienen una conversación pendiente desde hace 34 años, los años que Mozart ha estado esperando la llegada de Salieri.
Un genio y un trabajador enfrentados con una visión de la música menos diferente de la que nos han explicado. Con la película de Milos Forman en la mente, el público espera encontrar a un Salieri amargado y envidioso y a un Mozart desbocado e impertinente.
Una obra de teatro que nos muestra un interesante diálogo entre Mozart y Salieri
Pero lo que en realidad encontramos son dos hombres que han dedicado su vida a la música, a la belleza, a la cultura. El genio y el trabajo constante. Un hombre culto, amante de la belleza ante un hombre cargado con la etiqueta de “prodigio” , un hombre que debe vivir cumpliendo las expectativas que todos tienen depositadas en él. Salieri, en cambio, es un hombre consciente de que solamente con su trabajo y su constancia conseguirá tocar un poco la belleza, una belleza que parece fluir de Mozart como si de un río se tratara. “El genio no es nadie sin que haya aduladores”.
Los dos músicos se admiran. Salieri aprende de Mozart, que innova y va más allá de la música que suena en ese momento. Pero Mozart también aprende de Salieri y de su música. Los dos, de generaciones diferentes, ven el mundo a través de sus partituras.
Un diálogo inteligente entre dos personalidades que marcaron una época. Y aunque Salieri cayó en el olvido y Mozart se llevó todos los laureles, vemos en ellos una complicidad y una admiración que nos lleva a pensar que, tal vez, ni Salieri habría llegado a ser el compositor que fue sin Mozart, ni Mozart no habría tenido algunos golpes de genialidad sin Salieri.
Una interpretación estupenda. Javier Castro (Salieri) y Alex Peña (Mozart) se meten de lleno en su papel. Un Salieri mesurado, educado, muy culto ante un Mozart mimado por todos, un niño grande que no acaba de madurar ni cuando ya está muerto.
En el escenario un montaje muy original que no da buen resultado en teatros pequeños. Unas pantallas muy grandes, a lado y lado de la mesa, nos muestran en grande la cara de los dos actores. Pero la proximidad con las pantallas no permite ver el escenario en su totalidad y el espectador debe escoger: o mirar la pantalla, o mirar al actor que está sentado en la otra punta de la mesa. No hay visión global y eso hace que se pierda parte de la interpretación de Javier Castro y Alex Peña. Y, francamente, es una pena.
El vestuario, de época, un poco empolvado y blancuzco… no hay que olvidar que estamos en el limbo… la iluminación que cambia de blanco a azul, a rojo, a tenue, según el estado de ánimo de los dos músicos. ¡Y la música! El montaje está aderezado con pequeñas porciones de composiciones de Mozart y de Salieri que nos muestran la variedad de registros que llegaron a tocar, y que se influenciaron mutuamente. Tan lejos y tan cerca.
Mozart vs. Salieri es un montaje para amantes de la música. Y para demostrar, una vez más, que en Hollywood saben hacer muy buen cine, pero que hay que ir al teatro para ver que reinventar la realidad para hacerla más comercial y más vendible. Que ni Salieri no era el bilioso personaje de la película, ni Mozart el irresponsable y mal educado. En Mozart vs. Salieri han ido mucho más allá de la imagen tópica de los dos músicos y nos presentan a dos hombres que, desde puntos de partida muy diferentes, la genialidad y el trabajo constante, buscan exactamente lo mismo: componer música maravillosa.
“¡Qué me importa la eternidad! Sólo me importa lo que pude hacer y no hice.”