Nota: 9 sobre 10
Alícia, en la Sala Atrium es una propuesta muy interesante y muy bien realizada que nos cuenta las dos historias de Alicia (en el País de las Maravillas y a través del espejo) sin caer en la ñoñería, ni en imágenes góticas…
Alícia, en la Sala Atrium, es estar en un sueño del que no queremos despertar. Es saber que estamos soñando y desear que no llegué la mañana para tener que abrir los ojos.
La dramaturgia de Pablo Ley y la dirección de David Maqueda consiguen que la lógica (o no lógica) de los sueños sea algo rutinario, donde nada chirría y las cosas suceden normalmente, por increíbles que parezcan. Como en los sueños. Y los personajes aparecen y desaparecen ante nuestros ojos, sin que se rompa la magia. Como en los sueños. Los escenarios cambian y no nos parece extraño. Como en los sueños.
Aïda Bellet, Núria Montes, Alba Duñó, Eleazar Masdeu y Boris Cartes nos interpretan todos los personajes de este sueño, con naturalidad, sin romper la atmósfera onírica que lo impregna todo desde el principio. Las escenas se suceden como en los sueños, sin interrupciones, sin cambios bruscos, y los actores interpretan y parece que bailan en un mundo que ya no sabemos si es real o no. Escenas coreografiadas al milímetro que nos permiten disfrutar de momentos como el de las seis de la tarde, tomando el té con el Sombrerero Loco.
Un vestuario muy acertado, que nos deja a nosotros imaginar quién es quién y qué es qué, nos introduce aún más en este espacio onírico. Las luces y la música, ¡en directo!, son el complemento ideal de estos sueños.
Alicia, en la Sala Atrium, es un montaje atípico, porque no tiene ni principio ni final, porque nos introduce directamente en una parte de nuestra mente que no controlamos: los sueños, y nos deja pasear por un mundo que no sabremos si es real o no.
En Alícia, tenemos la suerte de que siempre “comença des del principi” y vuelve a empezar“des del principi”… y se convierte en un sueño que se retroalimenta y no se acaba nunca. El principio y el fin de Alicia, en la Sala Atrium, son efímeros, como en un sueño.