Nota: 8 sobre 10
Del 30 de mayo al 30 de junio podéis disfrutar de «El dolor« en el Teatre Nacional de Catalunya. Dirigida por Lurdes Barba e interpretada por Ariadna Gil, «El dolor» es un monólogo extraído íntegramente de la novela escrita por la autora francesa Marguerite Duras, que narra en forma de diario de guerra, los días que pasó esperando a su marido, Robert Antelme, quien por pertenecer a la resistencia francesa fue deportado a un campo de concentración.
El Dolor en el TNC nos presenta un dolor simbiótico
La espera. La espera siempre causa incertidumbre, sufrimiento, dolor. Marguerite Duras vivió durante la guerra en constante espera, en la peor de todas las circunstancias que pueden darse para tener que esperar: la ansiedad constante de no saber si un ser amado está vivo o muerto. Duras representa en su diario a todas las mujeres que vivieron la guerra desde el otro lado de la batalla.
Yo me imagino el dolor de Marguerite Duras en forma de espiral, una espiral que crece constantemente y se sobrealimenta a sí misma. Se trata de un dolor simbiótico, le hace pasar de la identificación con el otro a prácticamente la transformación en el otro. Deja de comer, deja de dormir, deja, en definitiva, de vivir, de la misma manera en que su marido está dejando de hacerlo en el campo de concentración.
Escenario frío y sobrio en contrapeso a la emoción de Ariadna Gil
En El Dolor hay una apuesta por una escenografía gris y que prácticamente envuelve a la actriz, como si estuviera atrapada y la verdad es que me gustó mucho. En una obra donde la carga emocional es tan alta y tenemos a la protagonista del monólogo prácticamente en constante ansiedad, de alguna forma hay que contraponer ese exceso. Creo que Francesc Torres ha acertado de pleno en inspirarse en los búnkers de guerra para crear el espacio de la obra, un lugar que refleja perfectamente la tristeza y el dolor que siente la protagonista, a la vez que no nos sobreexpone a demasiada intensidad.
El uso de algunos vídeos en blanco y negro y los sonidos que iban apareciendo durante el monólogo de Ariadna Gil hacen una gran labor en el acompañamiento del discurso, así como le dan más fuerza e intensidad y logran que estés atento a lo que nos están contando.
En cuanto al vestuario, sencillo pero con ese color rojo que destaca entre tanto gris. Además, ella hace también uso del vestuario como forma de expresión, cuando se lo quita, cuando se estira de él… todo es expresión en esta obra, emoción a flor de piel.
El Dolor, un monólogo desgarrador con demasiada intensidad
El único fallo que le veo a la obra es que es de una intensidad constante y desgarradora. Esto hace que el público no se pueda relajar en ningún momento y que se pase angustiado la mayor parte de la obra. Se trata de una tensión que te hace sentir completamente atento y vivo, a la vez que te asusta muchísimo, porque tu cuerpo necesita bajar ese nivel de ansiedad.
La interpretación de Ariadna Gil es brillante. Todo el rato yo no dejaba de preguntarme cómo podía mantenerse siempre tan arriba, siempre rozando el momento de explosión, siempre al borde del clímax pero sin embargo, aún logrando crecer ese nivel todavía más. Cuando parece que ya es imposible sufrir más, descomponerse más, ella lo consigue.
Es esa misma intensidad la que me enamoró pero a la vez me dejó agotada. Tal vez no le pongo el diez a esta obra porque me hubiera gustado ver algún matiz más que me permitiera un descanso, no estar siempre tan arriba, pero como digo, no puedo dejar de admirar lo que la actriz me logró transmitir y entiendo que es imposible hablar del dolor que Marguerite Duras describe sin esa sobrecarga emocional.
El dolor particular se convierte en dolor colectivo, en crítica a Europa
Si algo pretende hacernos llegar Marguerite Duras, a parte de desahogarse y expresar su dolor, es una crítica. Lo que muchas personas sufrieron con la guerra es responsabilidad de todos los gobiernos, es algo colectivo. La única forma de que algo así no vuelva a ocurrir es haciéndonos todos responsables de lo que se permitió en Europa, de concienciarnos hasta tal punto que su dolor particular se torne en un dolor colectivo.
Lo que ocurrió, los que lo hicieron, no son más que personas igual que nosotros. Nuestro vecino, nuestro amigo o hermano, nadie quedó libre de poder haber sido parte de lo que pasó. Duras, hacia el final de su libro, está ya prácticamente desolada y rencorosa. Desolada, porque a pesar de que Robert Antelme viva, jamás se va a poder borrar la huella de lo ocurrido en las vidas de ellos dos. Y rencorosa, porque Europa dejó que todo esto ocurriera, porque fue espectadora y participante de un dolor abismalmente fuerte.
Una historia escrita casi en estado de trance y el misterio que envuelve los diarios
Mientras veía la obra, no podía dejar de pensar: ¿Cómo es posible que escribiera Duras todo esto y lo olvidara por completo? ¿Tal era el estado de trance en el que se encontraba? El misterio que rodea los diarios de guerra, encontrados años después de ser escritos y que la misma autora dijo saber que ella había vivido eso pero no recordaba haberlo escrito, sigue siendo a día de hoy atractivo.
Creo que la interpretación de Ariadna Gil ayuda a comprender que el dolor puede nublar por completo el ser, que es posible no recordar algo tan importante cuando lo único a lo que estás dedicando tu día a día es a sufrir. Simplemente, es un sentimiento que inunda de manera casi obsesiva todo hueco de vida.
El Dolor en el TNC es un monólogo que Lurdes Barba nos trae en un momento muy oportuno, justo ahora, cuando debemos recordar más que nunca que es nuestra responsabilidad cuidar nuestros derechos y nuestra libertad para que nunca jamás vuelva a ocurrir una catástrofe de tales magnitudes, para que nunca más el dolor del que nos habla Duras, se cuele en las vidas de todos nosotros.