(Foto de Marc Caulfield)
La cultura no desfallece ante la cuarentena. El Festival de Cine Fantástico de Sitges abrió este año sus puertas con todas las medidas de seguridad y carteleras prometedoras con largometrajes y cortometrajes de distintas partes del globo.
El Festival de Sitges sobrevive a la pandemia
En medio de esta pandemia, la forma en la que consumimos y gestionamos arte ha tomado sus antiguas maneras: el cine en los aparcamientos, las galerías en la exclusividad y los eventos underground. Más vintage, más distintivos. Y en el camino a lo que recordamos como “normalidad”, los festivales intentan sobrevivir.
Quizás, luchan por mantener, en medio del gel hidroalcohólico y las mascarillas, lo más cercano a una muestra cultural asequible. Este el caso de la entrega 53 del Festival de Cine Fantástico de Sitges, que se desarrolló entre el 8 y 18 de octubre.
Dentro de Tramuntana, el nuevo espacio de las instalaciones del Hotel Meliá, con una capacidad para 400 personas y pantallas de 640 x 343, Estela repartía periódicos.
—Claro, está más vacío, incluso la ciudad está más vacía —decía ella.
—¿Y esto los ha afectado mucho?
—No lo sé, este año han cambiado muchas cosas que se terminarán quedando —respondió mientras esculca la torre de diarios a su lado derecho—, ¿quieres llevarte el de ayer también?
—Sí porfa, ¿y qué se quedará?
—Seguramente los asientos numerados, el cambio de locación de algunas carpas. Y bueno, el streaming. Creo que eso ha mantenido vivo el festival.
El mundo entero desde casa. El colegio, el cine, la universidad, el trabajo. Todo se nos ha metido a la vida privada. Los festivales no tienen otra opción que ser híbridos: presenciales-online. Otro modo obligado de democratizar el cine, supongo.
—¡Que disfrutes la función!
—¡Gracias!
Estela trabaja desde hace años como voluntaria en el festival. Antes de despedirnos, señala la primera página del periódico que me ha entregado. Se anuncia una entrevista exclusiva con Najwa Nimri, quien se ha llevado el Gran Premio Honorífico de Sitges 2020. Además, este año tuvieron el reconocimiento de figuras como David Lynch, Manuel de Blas u Oriol Tarragó. Pero para llegar hasta estas personalidades el festival tuvo que hacerse su historia.
Fotografía de mirada21
Un festival lleno de cineastas con talento
En 1968 surgió como la iniciativa “1ª Semana Internacional de Cine Fantástico y de Terror”, posicionándose como el primer festival de cine fantástico del mundo. Desde sus inicios buscaba capturar las tendencias mundiales de los amantes y aficionados a la cinematografía de ciencia ficción.
Esto ha traído a sus pantallas las obras de Guillermo del Toro, John Woo, Vanessa Redgrave y la lista se sigue extendiendo muchos nombres más. Este año se presentaron 250 trabajos en salas y 155 vía online, rescatando la producción de cortometrajes, películas y miniseries de Corea, Argentina, Nueva Zelanda, Bélgica, Taiwán, etc.
Muchos directores y directoras no pudieron viajar. En respuesta, al inicio de algunas películas, ponían un vídeo grabado desde sus hogares.
“Es una lástima no poder estar allí. Espero que tengan los ojos bien abiertos, porque esta es una película que requiere mucha atención. Que la disfruten”, decía desde la pantalla grande Eugene Kotlyarenko, director de Spree (2020). Sin embargo, lo más bizarro no está en la manera en la que cambian nuestras formas de socializar en el mundo cultural, sino en las que se han quedado.
Un año 100% idóneo para un festival de cine fantástico
Suelen decir que en el cine clásico la gente aplaudía durante las proyecciones para interactuar con la película. Yo la verdad quedé sorprendido al comienzo, no lo entendía, no sabía si era culpa de mi ignorancia, falta de fanatismo o incomprensión. No estoy seguro. El punto es que siempre que había un asesinato en la película, la gente aplaudía y gritaba neurálgicamente.
El chico que estaba a mi lado (a dos metros de distancia, claro) muchas veces iniciaba emocionado con las palmas y el resto del auditorio lo seguía a coro. Aquella escena no podía describir mejor el festival; algo surreal, porque afuera de la sala seguía corriendo la muerte real y, en el fondo, solo podemos celebrar las muertes ficticias.
Sitges no podría tener un mejor año para su entrega, pues, lo fantástico parecía haber salido del rodaje y hacer montaje en el mundo entero con un virus de muerte invisible.
Recuerdo que la sala a la que entré siguiendo a Estela estaba prácticamente vacía. Se proyectaba una maratón de cortometrajes y el festival, que era una fuente de turismo para la ciudad, se convertía en algo distinto. ¿Cuándo empezarán a hacer películas en las que todos los actores salgan con mascarilla? ¿Cuándo empezarán a hacer guiones postapocalípticos más realistas?
Esta jornada me ha dejado una cosa en mente, una frase que escuché en un cortometraje francés: últimamente la vida y el arte son “muy tristes, muy bellos y muy patéticos”.
(Foto de Juan Muñoz)